La primera escena es en un museo, de arte contemporáneo
por lo abstracto de las piezas que se ven de trasfondo. Hay dos personajes, una
chica de pelo café oscuro, corto, ondulado, de labios gruesos; pero no tan
gruesos, bastante sexis. Ojos grandes, mirada juguetona y a la vez inteligente.
Su aspecto es interesante, viste unos jeans rasgados a la moda grunge, pero no parece
pose. Recuerdo que lleva un beatle negro que le deja la espalda al descubierto.
Una especie de colaless pero del torso, muy original. Obviamente que estudia en
NYU y es una lectora voraz: una semana por libro (pura pose). Le resultó una beca en Croacia, quien
sabe qué va a estudiar allí. No me cierra la elección del destino pero imagino
la intención: que sea algo lejano, para que la separación del joven suene a
nota desesperada, una batalla perdida. El chico ronda los veinticinco, a todo
reventar, medio pelirrojo, medio pecoso…mirada inocente pero no inocua. Se nota
que la idolatra, pero ella se hace la loca. Pensé que la relación no pasaría de
la primera escena, pero me doy cuenta que es la llama que enciende la historia.
El novio de la chica, Mimí, un músico que anda de gira, así se justifica que
haya tiempo para los dos, para el museo y el coqueteo…aunque ella no piensa
serle infiel al novio (pose). Pero el pecoso le recrimina el 8 de agosto, es un
hito imborrable. Me pregunto qué pasó el 8 de agosto: se habrán besado, tal vez hicieron el
amor…pero fue algo inolvidable que marca un antes y un después: los vincula,
los convierte en cómplices de algo que no se puede definir, aunque no estoy
segura que para ella fue suficiente. De cualquier manera, a quién no le gusta ser centro de
mesa, que alguien esté dispuesto a esparcir pétalos de rosa en su camino…pero
Croacia interfiere en la potencial felicidad de la pareja, en la esperanza de
conquista…inunda la impotencia, Mimí está destinada a triunfar: NYU, la beca, y
el pecoso no le hace peso al novio. Él regresa a su departamento del lado pobre de Manhattan (¿pobre? Todo es relativo en
Nueva York). Se le ve buscando su correspondencia en el buzón del primer piso,
nunca sabremos si le llegó alguna noticia relevante, quizás espera la carta donde finalmente rechazan
un borrador que mandó a alguna editorial [porque en algún momento declara que quiso
ser escritor, creo que se lo escuchamos al padre con cierto tono de desdén en
una cena chic con sus amigos artistas quienes le devuelven una mirada al chico
que no significa nada lo cual me hace concluir que para el padre el chico
tampoco significa nada y que como consecuencia no hay relación]. Vuelvo al
buzón del primer piso. En la escala que enfrenta el buzón se haya sentado un
individuo de unos 65 años que –si mal no recuerdo- enciende un cigarrillo.
Tiene una actitud desalmada, un aura que irradian los que ya vienen de vuelta,
combinada con una chispa de orgullo y de misterio; aunque no mucho –para no
opacar al pecoso- pero lo suficiente para llamar su atención. A continuación
nuestro Bob Dylan jubilado le tira unas preguntas al pecoso que lo impresionan
porque como que le saca el rollo. Al día siguiente el joven ya está instalado
en el departamento del viejo hablándole abiertamente de Mimí, escuchando -medio
desconcertado-medio abandonado por la soledad- los consejos del caballero que
no puede separarse de su botella (¿vodka, ron?) y de masticar un puro viejo.
La enigmática Mimí de la primera secuencia pasa a segundo
plano porque el pecoso descubre a su padre en un restaurant con una mujer que
parece diosa griega. A continuación comienza el juego del espionaje. En un
principio Mimí lo acompaña. Sin embargo después se convierte en una mezquina
obsesión urbana de él y, claro, porque además la chica tampoco puede perder sus
clases en NYU (¿pose?)
El bobdyliano terapista interpreta el espionaje como un deseo sexual disfrazado,
pero el pecoso lo niega con tenacidad
mientras su atracción por Mimí queda varada en la niebla. No una niebla
unamuniana precisamente, o tal vez sí, porque el chico como que no sabe
timonear su vida. No es que lo notemos desesperado…plata no le falta para
vivir, asumo que escribe aunque eso no lo vemos. Lee mucho, supongo, porque en
una escena está terminando un libro grueso, de unas 600 páginas y más adelante
el padre le ofrece un trabajo en su compañía (a la mierda el nepotismo, exclama
cuando se reúne con el hijo para sermonearlo porque perdió la cita con la
orientadora de carrera). Suspendo esta idea por el momento y prosigo con la
anterior. En medio de este proceso a lo Sherlock Holmes el pecosín encuentra a la amante en la
boda de su amigo judío. Junto a Mimí que hace de +1 en el evento, se las
ingenia para insultar a la amante paternal hasta que terminan revolcándose fogosamente
en uno de los pasillos de la fiesta (el nuevo amigo tenia razón). El pecoso reaparece
con la corbata desarmada y el pelo revuelto; le pide a Mimí (a quien la vemos
un tanto sobresaltada cuando parecía que al joven se lo había tragado la
fiesta…que en realidad era la amante) que se vayan, a pesar que aún no
comienzan los discursos en honor a los novios. Mimí sospecha algo y luego le
pregunta a su pecoso amigo en la librería donde ella trabaja si es que ya le ha hecho el amor a su madrastra-amante. Sabemos
que sí, y quiero suponer que el chico se está vengando del padre, hombre del
negocio editorial – así es como llega la amante al negocio del padre y a su
bragueta: como una editora itinerante - y el pecoso piensa (en realidad no
tanto si ponemos los acontecimientos en (bizarra) perspectiva) en su madre que
tiene todo un historial de fragilidad mental y que esta situación podría acabar
con ella (en algún momento se insinúa un pasado intento de suicidio de la mujer
y que la única relación cercana y pura [¿?] es la que tiene con su único hijo
que se muestra dulce [¿?] con ella, aunque los padres siempre le están refregando
en la cara que no está haciendo nada útil con su vida). A pesar de que la
evidencia apunta al inminente descalabro familiar- el pecoso insiste en tener
sexo con la editora, que es bastante mayorcita que él [y ahora se me ocurre si
acaso esta narración es un guiño a El
Graduado de los setentas, aunque esta versión es de BASTANTE menos calidad,
salvo Jeff Bridges]. Una mañana random el chico va en busca de Bob Bridges,
abre la puerta de su departamento, no lo encuentra. Sin embargo, se queda
pegado mirando el escritorio –uno de los pocos muebles que nadan en el piso- y
ahí ve el manuscrito. Dos más dos cuatro: por el título sabe que se trata de él pero no se siente
traicionado. Google le informa que su improvisado terapista resulta ser un
famoso escritor, con 15 libros publicados. Hablan de su pen name, de su refugio en ese lado flaite de Manhattan. Ahora
están sentados en un banco, seguramente del Central Park, el chico toma un
café, el escritor que se rasca los
sobacos no desmiente que lo utilizó pero no hay que ser muy sensible para percibir la camarería
que hay entre estos dos sujetos. Su amistad es genuina. El chico invita al
productivo escritor a una fiesta del padre con la creme de la creme editorial (pueden servirle los contactos). Ahí está
la amante, regia-estupenda como siempre, quien le dice al pecoso que su padre
va a dejar a su madre para irse con ella. Él la amenaza con desenmascararla
pero ella expresa que no tiene nada que perder, medio insinuando que la que va
a quedar destruida es la madre. El pecoso va corriendo hacia el padre para irle
con el cuento pero justo se le ve al padre tomando el micrófono para agradecerles
a los invitados su presencia. La madre lo sigue, le toma la mano y mira a su
marido con cariño. Parecen felices. Son la esencia del éxito del Manhattan
intelectual, del “otro” Manhattan. El chico va a ver al padre a la oficina,
pero se encuentra antes con la chica-pone-cuernos que va saliendo de uno de los
pasillos. Rápidamente sube por las escaleras, ella lo sigue apretando el paso.
Desembocan en la oficina del padre, el pecoso confiesa que se ha estado
acostando con su mistress, él como que le quiere pegar, pero llora mejor, la
toma a ella de la barbilla, ella también llora (y deja en evidencia la
precariedad de su actuación). Mediocremente quiere convencernos de que lo
quiere de verdad…pero es tan bonita que parece convincente (pose). El hombrón
sale despavorido, el pecoso se disculpa con la mujeraza…ella le alcanza un
portarretrato que luce el padre en uno de los escritorios con un recorte del
diario: el pecoso gana algo en un campeonato de tenis, entre el público del
evento deportivo esta su bobdyliano amigo-aspirante a Bukowski y vecino del
flaite Manhattan, pero no puede ser, si esto fue hace varios años. El chico
comienza a unir los puntos que se asoman de la nada. Encuentra al escritor en
un bar y ahí se produce el mise en abyme
cuando el viejo le empieza a relatar el argumento del manuscrito. Inspirado por
el pecoso, que en realidad es su hijo, y la madre el amor de su vida. Se
abrazan, el viejo llora, el joven le dice que está todo bien. A continuación vuelve
al lado “bueno” de Manhattan, ahí está la elegantísima madre fumando, él abre el juego, ella confirma
que a quien lee en el parque a diario (¿pose?) es a este amante imposible (nunca se nos explica
la razón pero de alguna manera hay que torcer la trama a pesar de la falta
mimética). No hay mucho que explicar ni perdonar a estas alturas. Luego nos
inunda un paneo general del manoseado Central Park, pero que siempre estremece
por su belleza. Cambio de escena: el pecoso está en una lujosa tienda de
libros, suya seguramente, la novela del padre reencontrado ha sido publicada.
El padre editor (que sigue emparejado con la amante) reaparece un año más tarde
comprando la novela del padre sanguíneo. Acto seguido pecoso y padre adoptivo
conversan amistosamente mientras cruzan Central Park. El chico le cuenta que la
madre ha dejado de fumar, que retomó la escritura y que nuevamente está publicando en no me acuerdo el nombre de la revista (a
estas alturas todos son escritores: pose, pose, pose), y que esa noche tiene
una cita. El ex marido sonríe. No sabemos si finalmente el pecoso se convierte
en escritor, aunque lo lleva en los genes (el padre-editor le rechazó tempranamente
sus textos, no me acuerdo que palabra técnica utilizó que el chico le mencionó
al verdadero padre cuando aún no sabía que lo era…a lo que se suma el siguiente
dato: el padre-editor era un escritor frustrado…y entonces se me ocurre que
todo este lio de acostarse con la amante-editora es una especie de vendetta inconsciente
del pecoso aspirante a escritor aunque finalmente no sabremos si llega a serlo
(al menos es un librero) si acaso eso
importa. La secuencia termina cuando el chico se asoma por una puerta que da a una
sala en cuyo centro –el verdadero padre, el verdadero escritor que ha
recuperado la prestancia y tal vez abandonado la bebida y el pucho [T O T A L M
E N T E R E D I M I D O: qué
conveniente]- está leyendo un fragmento de su nueva obra. La pausa de rigor
ocurre como cierre de cortina: el veterano escritor mira de reojo al amor de su vida –que
luce radiante en primera fila- y ella le devuelve el gesto (ya despojado de
toda pose). El chico los observa, los ojos le brillan.
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